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sábado, 3 de enero de 2009

Oscar Gonzalez

Nacido en Buenos Aires, a los 15 años se integra a la Juventud Socialista en la localidad de Ramos Mejía y comienza su formación política junto a Alfredo Palacios, Pablo Lejarraga, Ramón Muñiz, Emilio Carreira y otros dirigentes de la época. Tras estudiar el bachillerato ingresa en las facultades de Derecho y Ciencias Sociales y, después, en la de Filosofía y Letras de la UBA. Obtiene los títulos de procurador y abogado.
Simultáneamente comienza a trabajar como periodista en la publicación del sindicato La Fraternidad y, en 1975 obtiene la matrícula profesional. Se desempeña desde muy joven en el plano sindical: integra la comisión gremial interna del diario Clarín –donde es despedido como represalia junto a la mayor parte del activismo sindical en 1976-; cofundador del Frente de Trabajadores de Prensa y candidato por la Lista Naranja en 1974 ocupa un lugar en la conducción paralela de la Asociación de Periodistas de Buenos Aires, tras la intervención del gremio en 1974. Al año siguiente y pese a la mencionada intervención, es designado delegado paritario, participando de la redacción del Convenio Colectivo de Trabajo de 1975 (el último en su categoría). En agosto de 1976, cuando la represión se abate sobre el sindicalismo clasista y combativo, deja el país, instalándose en México, país donde participa del movimiento de solidaridad con Argentina desempeñándose profesionalmente en diversas publicaciones y como secretario de redacción en el periódico Unomásuno. Docente de la Universidad Nacional Autónoma de México, enseña ciencias sociales. A su regreso a la Argentina, en 1984, retoma tanto la actividad profesional como sindical y polìtica: asesor de gabinete de la Secretaria de Acción Cooperativa, se desempeña sucesivamente en agencias noticiosas, semanarios, radio y televisión. Es redactor, jefe de sección, secretario de redacción, jefe de redacción y director periodístico en diversas publicaciones tales como El Periodista, Radio Municipal -hoy Ciudad-, ATC, diario Sur y dirige las publicaciones de la Defensoría del Pueblo porteña. Retoma la actividad académica en 1990 en la Universidad Nacional del Centro de la Provincia de Buenos Aires -carrera de Comunicación- y, un año después y hasta 2003 enseña periodismo en Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad Nacional de Buenos Aires. También se desempeña como jurado de diversos tribunales académicos en distintas universidades nacionales. En 1988, junto a Alfredo Bravo y otros militantes de la Confederación Socialista, que preside Alicia Moreau de Justo, se integra al entonces socialismo democrático que lo suma a la Junta Ejecutiva bonaerense en 1989. A partir de 1990 y hasta el presente integra el Comité Ejecutivo Nacional como secretario de prensa, secretario general adjunto, director de La Vanguardia y, desde el 2004 hasta el 2008, ocupó la secretaria general. Candidato a legislador provincial, diputado nacional y senador de la Nación, se desempeña como asesor del diputado Bravo por varios años y ejerce como diputado nacional entre 2000 y 2003, integrando durante ese período las comisiones de Libertad de Expresión, Discapacidad, Recursos Naturales y Medio Ambiente y Población. Tras ejercer su mandato retorna a su cargo de jefe de Comunicación e Investigación de la oficina del ombudsman. Es integrante de la Unión de Trabajadores de Prensa de Buenos Aires, la Federación Latinoamericana de Periodistas y participó de las actividades de la Organización Internacional de Periodistas. Integró delegaciones a numerosas actividades de la Internacional Socialista, el Foro de Sao Paulo, la Copppal, la Cruz Roja Internacional y otras organizaciones regionales políticas, periodísticas y humanitarias. Integra asimismo la Fundación Casa. Actualmente se desempeña como Secretario de Relaciones Parlamentarias de la Jefatura de Gabinete de Ministros de la Nación.
Una nota de Ayer
El miércoles, el socialista K Oscar González asumió como vicejefe de Gabinete en reemplazo del convaleciente Jorge Rivas. Su rol será crucial para evitar la ruptura de los bloques oficialistas del Parlamento después del voto “no positivo” de Julio Cobos. Afirma que la Casa Rosada intenta “armonizar” con los que votaron en contra de la Resolución 125. Elogia al renunciante Alberto Fernández y defiende a Moreno, Albistur y D’Elía. Por Sebastian Iñurrieta
Una nota de Hoy

Balance: Oscar Gonzalez: “El Parlamento Nacional, bueno pero perfectible”

A mitad de año, cuando el prolongado conflicto con los rentistas agrarios que rechazaban la Resolución 125 sobre retenciones móviles a la exportación de soja parecía haber llegado a un punto muerto, y la presidenta Cristina Fernández decidió remitir la medida al Congreso de la Nación para su tratamiento, el Poder Legislativo recuperó un rol relevante en la vida institucional del país.

El gesto del Gobierno, si bien colisionó con la grave situación política creada por la inobservancia cívica del vicepresidente no positivo, significó sin embargo un salto de calidad en el proceso de toma de decisiones. Así, la asonada de los ruralistas del privilegio y sus esfuerzos por instalar un clima destituyente, como lo definieron con precisión los intelectuales del colectivo Carta Abierta, tuvieron el paradójico efecto de que la división de poderes que establece la Constitución se revitalizara.

En el tratamiento del proyecto que incluía las retenciones móviles, la bancada mayoritaria se abrió a una práctica edificante que había caído en relativo desuso: la de negociar con sus aliados más o menos cercanos y aun con opositores por momentos encarnizados, modificaciones al texto enviado por el Poder Ejecutivo. La búsqueda de acuerdos, tanto como la flexibilidad para aceptar reparos, condujo al éxito en Diputados, aunque no fue suficiente, como se sabe, en el Senado.

No obstante aquella frustración, el Gobierno siguió privilegiando el debate parlamentario y en dos casos emblemáticos por lo que implican en cuanto al modelo económico sostenido por el Ejecutivo –la recuperación de Aerolíneas Argentinas y la eliminación de la jubilación privada que sólo beneficiaba a las Afjp– ese procedimiento permitió la construcción de convergencias puntuales expresadas en cómodas mayorías. En otras palabras, un mecanismo genuino y típico de aceitados regímenes políticos a los que la oposición local no se atrevería a exigirles mayor calidad institucional.

La crisis internacional, primero financiera y después económica, que estalló en el corazón del sistema capitalista, y la consiguiente conveniencia de adoptar con rapidez medidas protectoras para la economía nacional no apartaron a la Presidenta de la decisión de someter sus iniciativas al libre debate de las cámaras. Así, aun en la premura, el Ejecutivo no eludió someter el conjunto de iniciativas conocido como paquete anticrisis al itinerario parlamentario, y obtuvo no sólo un apoyo mayoritario en varios de sus componentes, sino incluso algunas unanimidades que parecieran prefigurar cierta madurez del sistema político.

Pero más allá del rumbo en el que persevera el Gobierno nacional, convencido de que el Congreso debe desempeñar en plenitud su condición de ámbito privilegiado para la resolución democrática de los grandes debates, es visible la carencia de una oposición generadora de proyectos alternativos, iniciativas que la democracia no desdeñaría porque de la intersección de opciones diversas surgen muchas veces determinaciones superadoras.

Una oposición que carece de variantes. Esta falta de variantes quizá se deba a que en la secuencia que va desde la caída de la convertibilidad y el fracaso del Consenso de Washington hasta la debacle del capitalismo global la derecha local perdió buena parte de su bagaje argumental y, salvo los economistas a sueldo de los centros financieros, ya nadie se atreve a defender abiertamente el catálogo de reformas de mercado hegemónico durante los ’90. Un discurso que reivindicara la prescindencia del Estado no ganaría un solo adepto por fuera del establishment.

Devaluado su recetario económico, la derecha se arremolina en torno de otras banderas que agita ocasionalmente, cuando los medios de comunicación–más opositores que críticos– lo consignan en su agenda. De entre ellas, la más socorrida es la de la inseguridad, apoyada en la pulsión del miedo y que siempre redunda en el facilismo de debatir aisladamente de todo contexto la imputabilidad penal de los menores o temas igualmente inconexos.

Otras veces, mientras descalifica –a veces con palabras agraviantes– a las autoridades mandatadas por la soberanía popular, alguna oposición argumenta la falta de diálogo e inclusive la intolerancia oficial. Poco parece importar que, en realidad, tales atributos hayan acompañado durante todo el año que termina a las más conspicuas expresiones de la propia derecha, incluso en el discurso parlamentario, repleto de injurias, acusaciones altisonantes y afirmaciones temerarias.

El resultado es paradojal: la impotencia de la oposición para ofrecer alternativas creíbles y su actitud usualmente obstruccionista –ya que, salvo excepciones, no aporta a la síntesis superadora–, debilita al afianzamiento del Congreso como la arena en la que confrontan y se elaboran las mejores normas que delinean el curso de las políticas públicas.

A pesar de ello, parece difícil encontrar otro período en la historia reciente en el que el Parlamento se haya convertido en un protagonista tan importante de la vida nacional como durante el año que concluye. Aunque para algunos sea modesto, es un dato relevante que merece destacarse y nos compromete a todos a seguir trabajando en el perfeccionamiento de las instituciones de la república democrática.

Fuente: Nota de Oscar Gonzalez (Secretario de Relaciones Parlamentarias de la Jefatura de Gabinete) publicada en EL ARGENTINO Digital, el 20 de diciembre de 2008

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