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domingo, 14 de diciembre de 2008

El Miedo


Cuando Hemingway intentaba escribir un cuento y no lograba hacerlo arrancar con la fuerza que esperaba, solía recurrir al método de comenzar con una frase verídica, la frase más verídica que fuera capaz de escribir en ese momento. Según Hemingway, a partir de allí el cuento debía tomar su ritmo y seguir adelante, impulsado por esa primera oración que de tan verídica casi podía escribirse sola.

Acudo entonces al truco de Hemingway para comenzar este post, que tan esquivo se me ha vuelto desde que surgió como una idea en mi cabeza. Todos hemos sentido miedo alguna vez en nuestras vidas.

Esta es la frase más verídica que he podido encontrar sobre un tema complejo y fascinante: el miedo, esa sensación tan útil y a la vez tan molesta con la que hemos tenido que aprender a convivir desde el primer día.

El miedo es un tema que nunca pasa de moda. De hecho en este momento en que escribo, y luego en ese instante en que lee, tanto usted como yo estamos expuestos a sentir esa emoción en cualquiera de sus variantes mas comunes: miedo a peder la casa, a no lograr un aumento de sueldo, a no tener nada para comer la semana próxima, a enfermar, a que nuestro matrimonio se vaya al diablo, a que de pronto falte la electricidad y uno no pueda terminar de escribir la próxima entrada de su blog, etc.

Lo que hace al miedo una emoción tan común y poderosa, es l hecho de que independientemente del estado en que uno se encuentre, siempre existe un estado peor que viene dado por la perdida de algo que tenemos ahora. El miedo a perder ese "algo" garantiza que esa emoción siempre este rondando nuestra vida, aunque por fortuna, la mayor parte del tiempo podamos mantenerla controlada.

Usando sus frases verídicas, Hemingway, escribió uno de los cuentos más fascinantes que se han escrito sobre el tema del miedo. Un relato titulado "La breve vida feliz de Francis Macomber", donde cuenta la historia de un hombre que se va de safari a la pradera africana y allí encuentra sus temores mas profundos y se enfrenta a ellos con un desenlace inesperado......

Noam Chomsky:Recurrir al miedo
Enviado por admin1 o Mér, 28/09/2005 - 11:25.

El recurso del miedo, empleado por los sistemas de poder para disciplinar a sus poblaciones ha dejado un horrible rastro de sangre derramada y dolor que, a nuestra costa, ignoramos. La historia reciente ofrece muchos ejemplos estremecedores.A mediados del siglo veinte se presenciaron crímenes, tal vez los más terribles desde las invasiones mongólicas. Los más salvajes se cometieron donde la civilización occidental alcanzó su mayor esplendor. Alemania era el centro rector de las ciencias, las artes y la literatura, y otros logros memorables. Previamente a la Primera Guerra Mundial, antes de que la histeria antigermánica se avivase en el Oeste, los politólogos estadounidenses consideraban que Alemania era también un modelo de democracia digno de ser imitado en el Oeste. A mediados de la década del treinta, Alemania fue arrastrada en pocos años a un nivel de barbarie con escasos parangones históricos. Lo más notable es que esto ocurrió con el apoyo de los sectores de la población más educados y civilizados. En sus extraordinarios diarios de vida como judío durante el nazismo (que escapó a las cámaras de gas casi por milagro), Victor Klemperer escribe estas palabras acerca de un profesor alemán amigo suyo al que había admirado mucho, y que finalmente se unió al montón: "Si un día la situación se invirtiera y el destino de los derrotados estuviera en mis manos, dejaría en libertad a toda la gente corriente e incluso a algunos de los líderes que quizás, después de todo, puede que hayan tenido buenas intenciones y no supieran lo que estaban haciendo. Pero colgaría a todos los intelectuales y a los profesores tres pies más alto que a los demás; estarían pendiendo de las farolas tanto tiempo como lo permitiera la higiene". La reacción de Klemperer era justificada y generalizada a gran parte del registro histórico.Son muchas las causas de los acontecimientos históricos complejos. Un factor crucial en este caso fue la hábil manipulación del miedo. La “gente común” fue arrastrada al miedo de una conspiración mundial judío-bolchevique que pondría en riesgo la mismísima supervivencia del pueblo alemán. Eran necesarias medidas extremas, en "defensa propia". Venerables intelectuales fueron aún más lejos.

Cuando las nubes de la tormenta nazi se cirnieron sobre el país en 1935, Martin Heidegger describió a Alemania como la nación "más amenazada" del mundo, presa entre las "grandes pinzas" de Rusia y Estados Unidos, en un ataque que era contra la civilización en sí misma, Alemania no sólo era la víctima principal de esta fuerza pavorosa y bárbara, sino que además era responsabilidad de Alemania, "la más metafísica de las naciones", encabezar la resistencia. Alemania estaba "en el centro del mundo occidental" y tenía que proteger la gran herencia de la Grecia clásica de la "aniquilación", confiando en las "nuevas energías espirituales que se desarrollan históricamente desde el centro". Las "energías espirituales" siguieron desarrollándose de forma muy evidente cuando Heidegger hizo público ese mensaje, al que él y otros destacados intelectuales continuaron adhiriéndose.El paroxismo de la masacre y la aniquilación no terminó con el uso de armas que bien podrían haber llevado a las especies a un amargo final. No debería olvidarse que estas armas que extinguen especies las crearon las figuras más brillantes, humanas y mejor educadas de la civilización moderna, trabajando en aislamiento, y así la belleza del trabajo en el que estaban extasiados les encantó tanto que aparentemente prestaron muy poca atención a las consecuencias: importantes reclamos científicos contra las armas nucleares comenzaron en los laboratorios de Chicago, después de que hubieron terminado su rol en la creación de la bomba, no en Los Álamos, donde el trabajo siguió hasta su inexorable final. Que no es el final definitivo.La versión oficial de la Fuerza Aérea de EE.UU. relata que tras el bombardeo de Nagasaki, cuando era seguro que Japón presentaría la capitulación incondicional, el General Hap Arnold "quería el final más grandioso posible", una incursión con 1000 aviones a plena luz del día sobre las ciudades japonesas indefensas. El último bombardero regresó a la base justo cuando se recibió formalmente el acuerdo de rendición incondicional. El jefe de la Fuerza Aérea, el general Carl Spaatz, hubiera preferido que el gran final fuera un tercer ataque nuclear sobre Tokio, pero se le disuadió. Tokio era un "blanco pobre", que ya había ardido con la tormenta de fuego que se ejecutó cuidadosamente en marzo y dejó unos 100.000 cadáveres calcinados, constituyendo uno de los peores crímenes de la historia.Asuntos así se excluyen de los tribunales penales militares y en gran parte se borran de la historia. Hoy día apenas se conocen en algunos círculos de activistas y especialistas. En esa época eran públicamente ensalzados como un ejercicio legítimo de autodefensa contra un enemigo despiadado que había alcanzado el máximo nivel de infamia al bombardear las bases militares de EE.UU. en sus colonias de Hawai y Filipinas.Vale la pena recordar que los bombardeos de Japón de diciembre de 1941 ("el día que quedará en la infamia", en palabras de FDR (Franklin D. Roosevelt)) estaban más que justificados según la doctrina de "defensa propia anticipada" que prevalece hoy entre los líderes de los autodenominados "Estados ilustrados", EE.UU. y su cliente británico. Los mandatarios japoneses sabían que Boeing estaba produciendo las Fortalezas Voladoras B-17, y estaban seguramente enterados de los debates públicos en EE.UU. que explicaban cómo (los B-17) se usarían para incendiar las ciudades de madera japonesas en una guerra de exterminio, volando desde las bases de Hawai y Filipinas ("arrasar el corazón industrial del Imperio mediante ataques con bombas a ese “montón de hormigueros de bambú", recomendó el General retirado de la Fuerza Aérea Chennault en 1949, una propuesta que "sencillamente encantó" al Presidente Roosevelt. Evidentemente, es una justificación mucho más poderosa para bombardear las bases militares de EE.UU. en las colonias que cualquiera inventada por Bush, Blair y sus socios cuando ejecutaron su "guerra preventiva", que fue aceptado, con reservas tácticas, por el grueso de la opinión establecida.La comparación, de todas formas, es inoportuna. Los que habitan en un montón de hormigueros de bambú no tienen derecho a sentir emociones como el miedo. Tales sentimientos y preocupaciones son privilegios de los "ricos que viven en paz en sus moradas", según la retórica de Churchill, las "naciones satisfechas, que no deseaban nada más para ellas que lo que ya tenían", y, a quienes, por eso, se les “debía confiar el gobierno del mundo" para que haya paz; un cierto tipo de paz, en la que los ricos se verían libres del miedo.Cuán libres del miedo deberían sentirse los ricos queda gráficamente revelado en el altamente valorado aprendizaje de las nuevas doctrinas de "autodefensa anticipada", artísticamente desarrolladas por los poderosos. La contribución más importante, con alguna profundidad histórica, la hace un destacado historiador contemporáneo, John Lewis Gaddis de la Universidad de Yale. Asegura que la doctrina de Bush viene directamente de su héroe intelectual, el gran estratega John Quincy Adams. En la paráfrasis que hace The New York Times, Gaddis "sugiere que el programa de Bush para luchar contra el terrorismo radica en la noble e idílica tradición de John Quincy Adams y Woodrow Wilson".Podemos dejar de lado el vergonzoso historial de Wilson y quedarnos con los orígenes de la noble e idílica tradición que Adams estableció en un famoso documento de estado al justificar la conquista de Florida por Andrew Jackson en la Primera Guerra de los Seminolas, en 1818. Adams argumentó que la guerra estaba justificada en la defensa propia. Gaddis está de acuerdo en que sus motivos eran preocupaciones legítimas por la seguridad. Según la versión de Gaddis, después de que los británicos saquearan Washington en 1814, los líderes de EE.UU. reconocieron que la "expansión es el camino hacia la seguridad" y por eso conquistaron Florida, una doctrina que se ha expandido ahora por todo el mundo gracias a Bush (con toda propiedad, según él).Gaddis cita las fuentes correctas, principalmente el historiador William Earl Weeks, pero omite lo que dicen. Se aprende mucho sobre los precedentes de las doctrinas y el consenso actuales sólo con prestar atención a lo que Gaddis omite. Weeks describe todos los detalles escabrosos de lo que Jackson hacía en la "exhibición de asesinatos y saqueos conocida como la Primera Guerra de los Seminolas", que no era más que otra fase en su proyecto de "alejar o eliminar a los nativos americanos del sudeste", en proceso mucho antes de 1814. Florida era un problema, tanto porque aún no había sido incorporada al imperio estadounidense en expansión, como porque era un "paraíso para los indios y los esclavos fugitivos ... que huían de la ira de Jackson o de la esclavitud".De hecho hubo un ataque indio, que Jackson y Adams utilizaron como pretexto: las fuerzas estadounidenses expulsaron a un grupo de seminolas de sus tierras, mataron a algunos y quemaron su poblado hasta que no quedó nada. Los seminolas respondieron atacando un barco de abastecimiento bajo mando militar. Jackson aprovechó la oportunidad y "se embarcó en una campaña de terror, devastación e intimidación", destruyendo poblados y "fuentes de alimentación en un esfuerzo calculado para infligir hambrunas a las tribus, que se refugiaron de su ira en las ciénagas". Así siguieron las cosas, que desembocaron en el documento de Estado de Adams, tan elogiado, que apoyó la agresión inmotivada de Jackson para establecer en Florida "el predominio de esta república por sobre las odiosas bases de la violencia y el derramamiento de sangre".Éstas son las palabras del embajador español, una "descripción dolorosamente precisa", escribe Weeks. Adams "había distorsionado, disfrazado y mentido conscientemente sobre los objetivos y la conducta de la política exterior estadounidense ante el Congreso y el pueblo", continúa Weeks, violando groseramente sus proclamados principios morales, "defendiendo implícitamente la exterminación india, y la esclavitud". Los crímenes de Jackson y Adams "probaron ser un preludio de la segunda guerra de exterminación contra los seminolas", en la que los supervivientes huyeron al oeste, donde más tarde correrían la misma suerte, "o les asesinarían, o serían forzados a refugiarse en las densas ciénagas de Florida". Hoy, concluye Weeks, "los seminolas sobreviven en la conciencia nacional como la mascota de la Universidad Estatal de Florida", un caso típico e instructivo......El marco retórico se sustenta en tres pilares (Weeks): "la suposición de la virtud moral única de Estados Unidos, la afirmación de su misión de redimir al mundo" difundiendo sus ideales declarados y el "estilo de vida americano", y la fe en el "destino manifiesto" de la nación. El marco teológico suprime el debate razonado y reduce los asuntos políticos a elegir entre el Bien y el Mal, y por lo tanto reduce la amenaza a la democracia. Se rechaza a los críticos por "antiamericanos", un concepto interesante que se tomó prestado del vocabulario totalitarista. Y la población ha de acurrucarse bajo el paraguas del poder, por miedo a que su forma de vida y su destino estén bajo peligro inminente...
Znet, Setembro 2005

Una reflexión sobre la inseguridad
Juan S. Pegoraro*Acceso al texto completo: http://www.argumentos.fsoc.uba.ar/n02/articulos/inseguridad_pegoraro.pdf

Desde el principio he hecho ver que la igualdades un estado de guerra y que la desigualdad ha sido introducida por consentimiento universal. Th.Hobbes. De Cive ¿Qué se quiere decir con “inseguridad” ?Esta pregunta dispara algunas reflexiones: la primera refiere a la pertinencia y actualidad (o urgencia) para la investigación en ciencias sociales de abordar este fenómeno social que de manera relevante está en la agenda discursiva de los gobiernos, de los medios de comunicación, de los planteamientos electorales y también de las demandas genéricas de la ciudadanía. Las noticias periodísticas abonan una campaña de alarma social ante la delincuencia violenta, lo que contribuye a reducir la problemática a un crecimiento de la maldad y crueldad de ciertas personas (jóvenes, pobres, excluidas, vulneradas, desocupadas). Ante esto suenan y resuenan voces de imponer la “ley y el orden” y se ha puesto de moda una invocación a la llamada “tolerancia cero”que en los hechos sólo persigue “incivilidades”(Kelling, 2001, Marcus, 1997) mientras deja impune los grandes delitos del poder y la corrupción pública. Persiste así una política penal con su correspondiente “selectividad” o como dice M. Foucault una política que administra diferencialmente los ilegalismos. El miedo como estrategia de dominación. En la historia de las sociedades humanas la mayor amenaza a la vida has ido la imposibilidad de dominar las fuerzas de la naturaleza y la supuesta existencia de seres sobrenaturales y todopoderosos (dioses) que conjugaban almismo tiempo la bondad y la maldad, la crueldad y la compasión, la vida y la muerte (Girard, 1995); pero el mayor miedo ha radicado en la dificultad de establecer un orden social que evitara la violencia recíproca inacabable. Es éste, el miedo a una violencia sin orden, lo que llevó a aceptar resignadamente la imposición de un orden con violencia (llamada civilización) y por lo tanto a la existencia de dominantes y dominados, de poderosos y débiles, de soberanos y sometidos, de victoriosos y derrotados sociales. Bien, ¿cómo logran los sectores dominantes conjurar esa amenaza latente de que se desencadene una violencia recíproca que destruya el orden de las diferencias, “la cultura?”. Como sabemos, la institución –el estado- que representa el orden apela a la amenaza y a la violencia que concebida como legítima, es capaz de ejercer “castigos” invocando la defensa del orden amenazado y el supuesto mandato societal. Por otra parte el imaginario colectivo concibe que el Derecho Penal y las instituciones que lo gestionan lo pueden defender de la amenaza del crimen y de la inseguridad. Pero sabemos que los más grandes crímenes fueron cometidos precisamente por esas instituciones que invocando el derecho de imponer el orden castiga apelando a la ideología de la defensa social, al racismo, la xenofobia, el sexismo, la religiosidad, y “razones de estado” y así ha mutilado, asesinado, quemado, violado personas y desaparecido razas, grupos humanos, sectas, comunidades, tribus, pueblos enteros.

La nueva inseguridad A mi entender la actual inseguridad está asentada en una base material distinta a aquella que estaba presente en otras etapas de la humanidad, y aúnen la era del Estado Keynesiano.

Es una nueva forma de inseguridad que no seha producido por designio divino ni por un espasmo de la naturaleza ingobernable e irreducible; como diría Marx, “la naturaleza no produce por una parte poseedores de dinero o mercancías y por otra, personas que simplemente poseen sus propias fuerzas de trabajo” (El Capital: I, 203): se ha producido, como siempre, por una gestión política que produce efectos inhumanos a todo nivel; esta política ha expandido los miedos sociales que están presentes en la cotidianeidad como el miedo que produce la inseguridad en el trabajo, el miedo que produce el desamparo en la salud, en la educación y en la seguridad social. De tal manera el individuo ha quedado inerme ante relaciones sociales que no controla y ello ha aumentado sus miedos y su sensación de inseguridad ante el prójimo (“próximo”, Freud...) y a esto pretende conjurarlo invocando una poción mágica, un pharmakon: el Derecho Penal, que con violencia supuestamente anula la violencia (Resta, 1995). Pero el derecho penal no posee cualidades prácticas per se ya que las normas están mediadas ya por individuos portadores de relaciones sociales que ocupancargos en las instituciones estatales, ya por dichas instituciones estatales(corporativas) como el Poder Policial, el Poder Judicial y el Poder Penitenciario que son las que ejercen o no ejercen el Derecho Penal. En realidad, como sabemos, es el poder policial el que en los hechos maneja y gestiona la (in)seguridad ciudadana (Ferrajoli, 1989) y no como se cree esa institución subordinada que es la justicia. No tanto porque no comparta la visión de la (in)seguridad como la de la policía, sino que dicho poder carece de capacidad operativa para vigilar, controlar, disciplinar,normalizar las conductas humanas que es el verdadero objetivo de la dominación social y no la moral ciudadana. Lo contrario sería caracterizar al capitalismo y al orden social y las instituciones que lo componen, por una intención de nobleza, de justicia, de moralidad, de ética general y universal solidaria y fraterna, que se propone la felicidad de todos donde la continua acumulación originaria y la tasa de ganancia serían solo un componente material contingente. Causas y causalidad de la inseguridad Una característica actual de las sociedades capitalistas occidentales es la inclusión cultural de casi toda la población y al mismo tiempo una política de exclusión y marginación social que Jock Young (2001) llama canibalismo y bulimia, y una creciente violencia delictiva. Ambas características han sugerido la imperiosa necesidad de explicaciones causalistas basada de naturaleza individual revitalizando teorías bio-psicologistas y de la medición de coeficientes mentales –“I.Q”- (Eysenk, 1973; Murray, 1992; Murray yHerrnestein 1994; Wilson, 1997). Estas explicaciones son irradiadas desde poderosas fundaciones norteamericanas como la Heritage, la Rockefeller, así como departamentos académicos de universidades como Harvard, Columbia, Los Angeles. Así acompañan teóricamente las políticas económicas neoliberales de mercado justificando la exclusión social por las características o naturaleza de los “perdedores” y el delito en la maldad irreducible de seres asociales ya morales lo que ha disparado exponencialmente la población carcelaria en EEUU (actualmente hay casi 2 millones de personas encarceladas y 4 millonesmas bajo control de agencias penales) y en todos los países capitalista soccidentales. Ahora bien, de lo dicho sobre la existencia de un orden social se desprende que el miedo y la inseguridad son vividos y sufridos con diferencias apreciables entre las clases sociales, grupos, comunidades; las clases subalternas no solo sienten la inseguridad social y política de cara al sometimiento que padecen, sino también la inseguridad intraclase, fenómenono nuevo, es cierto, pero que en los últimos 20 años se ha tornado dramático.Como sostiene Lois Wacquant (2001) en una investigación realizada en ghetosde Detroit se han roto los lazos sociales comunitarios que siempre estuvieronpresentes sosteniendo formas de solidaridad a su interior (Lewis, 1964;Valentine, 1976; Wacquant, 2001; Lomnitz, 1983; Auyero, 1997); la ruptura de la solidaridad interna en ellos ha sido sustituida por otras características como la “despacificación, desdiferenciación e informalización”.La exclusión social con mas la prédica individualista generó en esos lugares como en nuestras poblaciones villeras o fabelas o vecindades ochabolas, una desafiliación (Castel, 1995) y además la mayoritaria existencia de "inútiles para el mundo", supernumerarios rodeados de una cantidad de situaciones caracterizadas por la precariedad y la incertidumbre del mañana.

Los pobres siempre han vivido en la inseguridad y en el miedo, pero ahora producto de una guerra social que desataran los grandes grupos económicos que han producido una sociedad tremendamente polarizada, aparecen ciertas formas de resistencia larvada de los sectores desposeídos que atacan a sectores de clase media y alta.

Pero claro, esta es una parte de la problemática de la inseguridad ya que como decíamos se omite considerar la violencia generalizada entre los propios pobres y excluidos sociales que se victimizan entre sí, producto en gran medida de la desesperación y degradación social y de los efectos de la marginación, la frustración y el desamparo; y en este caso el sistema penal, y más aún la policía, se mantiene al margen y hasta facilita la sordidez de estos actos intraclase que le permite solapar otros delitos que producen un daño social mayor como aquellos llamados delitos del poder (Pegoraro, 2002), en especial los económicos. La habitualidad del delito En parte producto de los medios de comunicación y en parte por esta nueva realidad se ha hecho perceptible que el delito ha pasado de ser lo infrecuente, lo anormal circunscripto a las conductas de los marginales y extraños a ser una parte habitual en nuestra vida cotidiana tanto en las instituciones públicas como en la familia, tanto en el mercado como en la gestión de las políticas sociales, tanto en la guerra como en la paz.

El saber en el campo de las ciencias sociales no puede negar el papel que ha jugado el delito y la violencia en la construcción del orden social por lo que no se puede alegar ignorancia, inocencia o sorpresa (el cineasta MartinScorsese acaba de decir con relación a su film “Pandillas de Nueva York”, que el hampa también construyó NY ¡!!!, y la banda de música U2 compuso una canción: The hands that built América). Pero aún en este campo y en la sociología académica en especial, es mayoritaria la visión “esperanzada” de la existencia de una sociedad de carácter armónica y organicista que facilita visiones simplistas y despolitizadas tanto de la violencia delictiva como de la selectividad negativa del sistema penal. Otra cuestión querría resaltar: al capitalismo no le conmueve el delito y tampoco la contingente inseguridad personal sino la sedición (Foucault, 1979); el capitalismo puede existir y reproducirse con altas tasas delictivas interpersonales ya que la acumulación y reproducción económica, tanto legal como ilegal (Pavarini, 2000, Pegoraro 2002) no es puesta en peligro por esos tipos de delitos; lo que sí necesita es disponer de un estado “cautivo” (BancoMundial, 2.000) y un grado de previsibilidad en las transacciones financieras y demás formas contractuales aunque aún éstas están sujetas a las formas delfraude, la estafa, la violencia. Con esto quiero decir que para el desarrollo y reproducción del capitalismo no obstante sus declamaciones, la llamada inseguridad es un problema menor. Son delitos o ¿son delitos? Ahora bien, no puedo dejar de señalar que sobrevuela en mis reflexiones la nueva realidad que integra también el fuerte crecimiento de los delitos interpersonales violentos; éstos son realizados, mayoritariamente, por pobres-débiles-vulnerados-desesperados sociales- (los únicos que son perseguidospenalmente); son actos a los que la lectura vulgar los considera“espasmódicos” (Thompson, 1995), de aquellos que se niegan a morir en silencio frente a tanta inequidad social; pero no será necesario preguntarse acercade su significado moral? ¿No existe en ellos una reclamación o protesta humana, de sobrevivir, frente al genocidio al que son condenados?.
Es cierto que la imagen del holocausto es más turbadora que esclarecedora pero las estadísticas sociales, no sólo de Argentina sino de América Latina toda, muestran un verdadero genocidio social. El proyecto de poder ha sido pensado con base en la variable “aceptación” de la racionalidad económica - mercantil por parte de la población; ésta ha sido pensada como los judíos caminando hacia los hornos crematorios sin resistir ya sea por terror, por incomprensión o por vencidos, y no contaba con la existencia de algunos muchos que violentan las sagradas normas legales para sobrevivir; aunque se les atribuya falta de conciencia o racionalidad (¿?) no sólo violan la propiedad sino que desconocen el derecho de propiedad. Ya lo había advertido preocupadamente Hobbes, (2000) cuando decía que hay hombres que violan las leyes por debilidad pero hay otros hombres que desprecian las leyes. La guerra social siempre presente, pero hoy exacerbada, de los poderosos y triunfadores sobre los derrotados sociales produce víctimas mas o menos inocentes (¿que están en el medio?) pero la guerra siempre tiene estos“inconvenientes”. Y así esta reflexión va en el camino de sostener que el modelo neoliberal incluía una oblación social en un quirófano y se ha encontrado con que muchos pacientes que iban camino a ser “autopsiados”simplemente se niegan a ser pacientes.

En tal sentido esta particular inseguridad que sobrevuela a nuestra sociedad, como a otras latinoamericanas, está producida por esta nueva “forma económica” legal-ilegal,(Tonkonoff, 1997) que ejercen estos parias sociales para sobrevivir,“forma económica” que es la que siempre han utilizado los sectores dominantes, en otros rubros más lucrativos, para la acumulación capitalista. Recordemos que Engels en La situación de la clase obrera en Inglaterra, decía que la primera forma de revuelta del proletariado moderno contra la gran industria era la criminalidad.

¿Es posible hacer una lectura de la inseguridad y del delito no sobre las conductas de los vulnerados y marginados sino desde ellos (Pegoraro, 2000), desde su mirada a la sociedad o al orden social?


"miedo social"
Claudia Korol

Un discurso de la izquierda, sostenido en el heroísmo individual, de seres que aparentemente nunca experimentaron miedo, resulta funcional –a pesar de que no es éste el sentido con el que se realiza- al debilitamiento de la capacidad de respuesta.

El "miedo social" es una de las armas más poderosas que tiene el poder para enfrentar la lucha popular, desarticular las resistencias, y frenar la marcha. El miedo no nació de manera espontánea en nuestro cuerpo colectivo. Lo fabricaron a fuerza de reiterados golpes, de violaciones cada cual más violenta a nuestros cuerpos individuales y a nuestras vidas, de mutilaciones de nuestros sueños, de negación de nuestro poder grupal y social, como colectividades de intereses, de sentidos, de identidades, y como pueblo.
La desaparición de personas, fue un mecanismo diseñado por el terrorismo de Estado para vulnerabilizar nuestra subjetividad, deteriorar nuestros impulsos solidarios, aislarnos y paralizarnos. Para desaparecernos como amenaza a los intereses de la dominación. Para tranquilizar a los poderosos.

Pasó la dictadura, pero el miedo quedó alojado como fantasma en el desván de nuestras pesadillas, en nuestra piel, en nuestros huesos, en nuestros instintos. Ellos lo saben, y una y otra vez vuelven a recurrir a él, lo despiertan, lo sacuden. No necesitan ya del despliegue material de la maquinaria terrorista. Les alcanza con poner en escena algunos símbolos que activen en nuestro inconsciente colectivo el alerta frente a lo que creemos fuerzas oscuras, ingobernables, inmanejables, imparables, que supuestamente llegan y se van de acuerdo a designios que los mortales, es decir, nosotros y nosotras, no logramos descifrar.

Ellos nos han hecho creer que estas fuerzas reaccionan como bestias "civilizadoras", para castigar los desórdenes populares. Por eso, funcionan tan bien como disciplinadoras de una gobernabilidad en la que los intereses y necesidades de los sectores populares, se deben subordinar siempre a los mandatos del poder, o de las fracciones de turno que gobiernan en cada oportunidad.

Un discurso de la izquierda, sostenido en el heroísmo individual, de seres que aparentemente nunca experimentaron miedo, resulta funcional –a pesar de que no es éste el sentido con el que se realiza- al debilitamiento de la capacidad de respuesta. Una historia escrita en clave de héroes y mártires, vuelve compleja la participación humanizada en la misma de quienes quedamos fuera del catálogo. Si sentimos miedo, si nos angustiamos, no "entramos" en esa versión épica de las revoluciones ciertas o inciertas, y nos culpabilizamos por ello, o bien buscamos un atajo para tranquilizarnos y dedicar nuestra energía a asuntos en los que el riesgo resulte menor, o se crea menor. Entonces, al tiempo que se debilita la capacidad de acción colectiva y solidaria, no se evita que los efectos del terror continúen amenazantes, más aún en quienes no han logrado sostener sus deseos en cuerpos sociales con capacidad de cuidarlos y hacerlos posibles.

Es necesario entonces reconocer que el miedo existe. Que hay un miedo construido desde el poder, y cultivado por el silencio de quienes no nos animamos a plantearlo como un problema a resolver, tanto como el hambre, o la falta de trabajo, o el analfabetismo.

En este momento, cuando hay políticas que vuelven a intentar atemorizarnos, es importante hablar en voz alta del miedo, del tuyo, del mío, de los miedos. Del miedo al dolor, del miedo a la muerte, del miedo a vivir sin creer en lo que hacemos, del miedo a creer en lo que nos dicen, del miedo a decir, del miedo a callar, del miedo a perder el trabajo, del miedo a cambiar, del miedo a acostumbrarse, del miedo a la complicidad, del miedo a la soledad, del miedo a la multitud, del miedo a rendirse, del miedo al miedo. Es necesario identificarlos, para poder desafiarlos.
Que el miedo exista, no significa que las escenas que éste multiplica y amplifica, tengan la dimensión con que éstas se presentan bajo su lente. El miedo distorsiona las imágenes y la propia realidad. Si revisamos por ejemplo los hechos más cercanos de la actual realidad, veremos que el "miedo social" fue el mecanismo desatado por quienes se sintieron amenazados ante la proximidad de los juicios que están en marcha, para juzgar y condenar a los asesinos que realizaron crímenes de lesa humanidad.
No es sólo el temor que pueden sentir determinados sujetos, frente a la posibilidad concreta de terminar sus días en cárceles comunes que -como ellos bien saben-, son lugares donde lo más que se puede hacer es sobrevivir en condiciones de inhumanidad. (Son precisamente las cárceles que ellos crearon, las que manejaron o manejan todavía, en las que reinan la impunidad y el terror). No es sólo el rechazo a terminar sus días no como héroes de Malvinas, como los nombrara a algunos de ellos Alfonsín, o como héroes de la lucha contra la subversión, como los reconocen quienes en estos días se juntaron en Plaza San Martín con la bendición de Bergoglio. Es el sinsabor de terminar sus días considerados como lo que son: criminales, y bebiendo el sabor amargo de su propio jarabe... los centros no clandestinos de detención, en los que hasta hoy sólo cabían los pobres, los miserables, los ladrones de gallinas, las mujeres desamparadas, y quienes luchamos por cambiar al mundo.
La reacción –la ola de amenazas y agresiones perversas contra ex detenidos desaparecidos y sus familiares- no es sólo una respuesta individual o corporativa. Es también la respuesta de un sistema que debe sostenerse en el mediano y en el largo plazo, contando para ello con fuerzas represivas capaces de "obedecer sin culpas ni cuestionamientos", cuando el capital manda reestablecer el orden. Son las fuerzas que ponen sus condiciones: no se trata hoy de "limpiar el aparato represivo", para mañana volver a recurrir a ellos como si nada hubiera pasado.

Lo que se está realizando entonces, es una pulseada en la que se juega quién detenta el monopolio de la violencia, los límites de la misma, y qué poder tiene cada fracción del bloque dominante a la hora del disciplinamiento social. La pelea es entre ellos, pero los rehenes de esta pulseada, volvemos a ser quienes continuamos la lucha, quienes no fuimos desmovilizados por la sucesión de actos de terror, quienes seguimos apostando a la respuesta colectiva frente a cualquier injusticia, quienes no multiplicamos el doble discurso que se autovictimiza.
Entonces ¿qué hacemos con el miedo?


Una posibilidad sería que lo tratemos como a un viejo conocido de algunos, un nuevo conocido para los más jóvenes. Y que mirándolo a la cara le digamos, juntos y juntas, que a pesar de él y contra él, seguimos escribiendo la historia con la pasión y el amor de siempre.

Que lo reconocemos cuando nos toca, y que sin embargo no nos va paralizar, si logramos sacarlo a codazos de nuestras movilizaciones, en las que los fantasmas se disuelven en la fuerza de la respuesta colectiva. Que ya sabemos que se esconde y busca amparo en los recovecos de nuestra soledad. Y por lo tanto haremos lo posible para no estar solos, y sobre todo para que nadie se sienta solo o sola, para que funcionen nuestras redes solidarias, los llamados telefónicos amistosos, la mano tendida, el abrazo, la marcha colectiva, el acompañamiento a quien lo necesita. Le diremos al miedo que lo conocemos. Y que lo llamaremos por su nombre cada vez que aparezca. No para consagrarlo, sino para marcarlo como cómplice de quienes nos quieren asustados, aislados, sufriendo pesadillas de las que no podemos despertar.

¿Qué haremos con el miedo? Desprivatizarlo, desmitificarlo, desordenarlo, desautorizarlo, no tenerle miedo.

Por ahora. Hasta que logremos ponerlo en retirada, no con un acto heroico como Hemingway, sino con la fuerza colectiva que nace del encuentro de nuestras miradas, nuestras voces, nuestro deseo, en la ancestral búsqueda cotidiana de la libertad, y de un mundo en el que valga la pena vivir, enfrentando al miedo.

Una vez más, juntas y juntos.

Sin embargo vale una pregunta sobre el otro tema, LA INSEGURIDAD. Si ganan, ¿qué piensan hacer? ¿Podría decir la derecha argentina cómo habrá de combatir la delincuencia? No lo va a decir. Si lo dice aterrorizaría a sus propios seguidores de hoy. Se delataría. Les harían ver que piensa combatir al terror (ese terror que, día a día, alimenta a través de la irresponsabilidad mediática) con el terror. Como siempre. Como en 1976. ¿Eso busca otra vez la gente? Acaso no. Muchos, sin duda, no. Pero a esa causa están sirviendo.

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