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jueves, 7 de mayo de 2009

UN DR. HOUSE PARA LA ARGENTINA

“La diferencia entre un político y un estadista es que el político piensa en la próxima elección, y el estadista piensa en la próxima generación.” James Freeman Clarke (1810-1890). Filósofo, clérigo e historiador norteamericano.

Dr. House es una de las series norteamericanas más vistas en el mundo. Su estructura, muy novedosa dentro de la temática de los dramas médicos, consiste en realizar un diagnóstico a un problema de salud que se presenta confuso. En su búsqueda de respuestas al misterio de cuál es la enfermedad con la que se enfrentan, el Dr. House, junto con su equipo de especialistas, realiza hipótesis diagnósticas a las que trata con la medicación correspondiente. Si el diagnóstico resulta erróneo, los remedios dados enferman aún más al paciente y esto les da la pauta de que no están transitando el camino correcto. Cuando logran arribar al diagnóstico correcto, están en condiciones de aplicar las medicaciones adecuadas para salvar al enfermo.

La solución a los problemas socio económicos que deben enfrentar los países no difieren del concepto que transmite la serie. Esta analogía trae a un primer plano el hecho de que lo más importante para un gobierno es dar con un diagnóstico certero de los males que padece. Si lo logra, seguramente tendrá posibilidades de elegir un buen camino para solucionarlos. Si no, generará un empeoramiento de la situación o, en el mejor de los casos, el desarrollo de la nación se estancará sin muchas probabilidades de revertir ese proceso.

LAS COMPARACIONES

América y Australia son dos continentes que albergan naciones jóvenes. Tres de estas, Estados Unidos, Canadá y Australia, se desarrollaron a un nivel tal, que la primera es la principal potencia actual del mundo y las otras dos se encuentran entre el privilegiado grupo de las sociedades desarrolladas. Y cuando digo “desarrolladas”, no me refiero solamente al factor económico, sino también a todos los otros índices que hacen al bienestar de una población: educación, salud, esparcimiento, respeto por las leyes y por los derechos de los demás, etcétera. No es que carecen de pobres, desigualdad social, delincuentes o patologías extremas de muchos de sus habitantes, sino que las posibilidades para acceder a una vida mínimamente digna aumentan en mucho si lo comparamos con las naciones latinoamericanas.

En cambio, después de doscientos años de existencia, gran parte de las naciones latinoamericanas se encuentran en un nivel de desarrollo muy precario, inestable y sometidos a los vaivenes e intereses de las los países desarrollados.
Entonces, ¿quién diagnosticó y aplicó las soluciones adecuadas y quién no?

Cuando una parte de la sociedad argentina critica a las naciones desarrolladas y promueve la idea de que no tenemos casi nada que aprender de ellas, porque si lo hacemos, seguiremos mal, estamos invirtiendo la realidad: son ellos los que hicieron bien las cosas y no nosotros.
No tomar en cuenta las experiencias positivas que han tenido otros países en la realización de diagnósticos y tratamientos es autocondenarse a una pérdida de tiempo, un aumento de costos y un incremento de las probabilidades de fracaso.
En el campo de la medicina, la efectividad de los remedios se mide en función de los resultados obtenidos en su aplicación en los enfermos. A ningún médico se le ocurría afirmar que la vacuna contra la poliomielitis desarrollada por Jonas Salk, y promovida mundialmente gracias a la posibilidad de aplicación oral que inventó Albert Sabin, no es efectiva para evitar la enfermedad en todo lugar en el cual se manifieste.

Muchos de los que desacuerdan con esta forma de análisis calificándola de lineal, explican que el desarrollo de esas naciones poderosas se basó en acciones éticamente incorrectas y/o violatorias de otras, lo cual es cierto, pero este concepto parte del error de dar por sentado un hecho inexistente: la nobleza de un país. La historia nos muestra que todas las naciones del mundo accionaron, en la mayoría de las ocasiones, focalizados en la conveniencia de sus habitantes y sin tomar demasiado en cuenta al prójimo. La Argentina no es una excepción, ya que, durante su historia, se comportó en innumerables ocasiones como la villana de turno.
La diferencia con aquellas otras naciones, es que ellas lograron su propósito (mejorar en mucho la calidad de vida de sus habitantes) mientras que nuestro país no.

LOS PRIMEROS PASOS PARA LA CURA

Un primer paso es la toma de conciencia: reconocer que estamos con serios problemas y que necesitamos solucionarlos.
El siguiente paso es intentar diagnosticar la enfermedad que reflejan los síntomas. Esta instancia es clave y determinará el fracaso o suceso del tratamiento que se aplique en la búsqueda de la cura.
Toda la mecánica de un certero diagnóstico se basa en la dimensión comparativa del problema: qué se hizo hasta ese entonces para afrontarlo y con qué resultados. Quienes fueron los que resolvieron problemas similares y quienes no.
Una cosa muy importante a tener en cuenta es la necesidad de que la ideología del gobierno de turno no sesgue la mirada en la realización del diagnóstico. El Dr. House necesita de la oposición para encontrarlo, reconociendo que su mirada será siempre parcial y subjetiva.
Por otra parte, es lógico que, en cambio, la ideología esté presente en la elección del tratamiento pues una vez identificada la enfermedad, los caminos de la cura dependerán del criterio al cual se adhiera.

Recordemos, además, que muchas veces no hay un único remedio que cure, puede haber varios alternativos, quizás alguno mejor que otro según cada ocasión, pero lo que debemos concientizar es que cuando negamos el problema o cuando partimos de un diagnóstico equivocado del mismo, no existe solución alguna.

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