
Los medios de comunicación nos traen a diario declaraciones de políticos y economistas que nos hablan de la crisis: corralito y blindaje, stand by y default, encaje y déficit cero, riesgo país y dolarización. Aparecen pocas ideas, en su mayoría marginales, acerca del origen de los problemas por los que atraviesa el país.
Las entrevistas se suceden a un staff de diez economistas, pero como los pueblos de Laponia, que tienen más de treinta vocablos diferentes para definir los distintos matices del “blanco”, estos diez indiecitos (lease vasallos de Anoop Singh) nos pretenden decir que sus versiones de la economía son todas diferentes, cuando en realidad son todas “blancas”. ¿No hay otros? ¿No interesa en los medios que los haya?

“Estos asuntos de economía y finanzas son tan simples que están al alcance de cualquier niño. Solo requieren saber sumar y restar. Cuando usted no entiende una cosa, pregunte hasta que la entienda. Si no
la entiende es que están tratando de robarlo. Cuando usted entienda eso, ya habrá aprendido a defender la patria en el orden inmaterial de los conceptos económicos y financieros”.[1].
CINCUENTA AñOS DE LA MUERTE DE RAUL SCALABRINI ORTIZ
Un hombre solo que esperaba
Gran observador, Scalabrini Ortiz desentrañó al ser nacional. Militó en Forja y adscribió al primer peronismo. Apoyó y criticó a Frondizi. Por Cristian Vitale
“Eramos brizna de multitud y el alma de todos nos redimía. La sustancia del pueblo argentino, su quintaesencia de rudimentarismo estaba allí presente.” Se la tenía guardada, Scalabrini. Cuando las masas trabajadoras irrumpieron en la plaza el 17 de octubre de 1945 fue pionero, entre los pocos –pero lúcidos– pensadores que husmeaban en el movimiento popular, en interpretar el sentido profundo de las patas en la fuente: él ya las venía metiendo hace tiempo. Catorce años atrás, al menos, cuando sacaba chapa de gran observador de la realidad humana de su pago con un libro medular: El hombre que está solo y espera. Scalabrini dio en el blanco. No inventó el arquetipo del ser nacional en base a abstracciones o idealismos; a “teorizaciones vacías”, como decía él. Lo sacó de la realidad. Lo observó, sentado en el café, fumando, y lo tradujo al papel con su pluma aguerrida. Es el hombre que intuye, que se burla de los intelectuales, y que espera, aunque no lo sepa, una conjunción de conciencias “similares a la de él” que lo saque de la soledad. Esos “nadie sin nada” que en los ’30 pululaban por bares y fondas, y que después, cuando todo encontró su cauce, emergió bajo otros rostros, “de las Usinas de Puerto Norte, de los talleres de Chacarita y Villa Crespo, de las manufacturas de San Martín y Vicente López, de las fundiciones y acerías del Riachuelo, de las hilanderías de Barracas, de los pantanos de Gerli y Avellaneda”. A esto, el escritor llamó el subsuelo de la patria sublevado.
Se podría ensayar una multiplicidad de entres para presentar el legado de un hombre que murió hace exactamente 50 años, pero su mirada sobre el 17 de octubre más ese urgente tratado de sociología, enlazados, se convirtieron en centro y disparador útiles para desentrañar los vericuetos de un ser nacional huidizo, que muchos directamente negaron, niegan. Scalabrini no. El lo detectó en Corrientes y Esmeralda. En pleno centro de la Buenos Aires universal y lo conectó con el resto del país. No era el porteño idealizado del tango ni el cajetilla fanfarrón, ni el deseable por los ultramontanos-católicos-nacionalistas de entonces. Era un pasajero en trance, contumaz en su soledad, pero unido al espíritu de la tierra junto a todos los que eran como él. Por el café, el cigarrillo, la charla. Un nigromante del destino que escondía, tras su mirada tosca, la impotencia que le producían la frialdad y el individualismo de un capitalismo herido por la crisis del ’29, pero, aun así, hegemónico. Un ser multígeno cuya identidad inevitablemente unificaba la cosmopolita Buenos Aires: el de todos los puntos cardinales que encontraba su sino en cada esquina.
Hoy, época de resignificaciones políticas y recuperos de una identidad apabullada, Raúl Scalabrini Ortiz emerge entonces como un gigante de espaldas anchas donde treparse y mirar más allá. Primero detectó esa metafísica existencial, la del hombre que está solo, y después la nutrió de un sentido material. La orientó basado en dudas que podían, por supuesto, ser las del común: “¿Cómo es posible que en un país como la Argentina, productor de carnes y cereales, haya hambre?”, fue, por ejemplo, una de las preguntas matrices que dieron pie a su prolífica producción posterior. Muchas delineadas en los cuadernos de Forja, la agrupación radical disidente en la que militó junto a Jauretche y Dellepiane, entre otros. Política británica en el Río de la Plata (1936), obra en la que empieza de cero, luego de sentar las bases existenciales del ser (“Todo lo que nos rodea es falso e irreal, falsa la historia que nos enseñaron, falsas las creencias económicas que nos impusieron, falsas las perspectivas mundiales que nos presentan”); El petróleo argentino (1938); Historia del Ferrocarril Central Córdoba (1938); Historia del Primer Empréstito (1939). A través de folletos libres –Los ferrocarriles, factor primordial de la independencia nacional, 1939–, de la revista Servir –“Historia de los Ferrocarriles”, 1938– o del fundamental Política británica en el Río de la Plata, editado en 1940.
“Todo lo material, todo lo venal, transmisible o reproductivo es extranjero o está sometido a la hegemonía financiera extranjera. Extranjeros son los medios de transportes y de movilidad.


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